La muchacha se levantó a media noche , como casi todas las noches. Buscando algo, sin saber exactamente el que. Hacía ya varios meses que se repetía la misma escena. Justo a las 3 en punto. Ella se levantaba y deambulaba insegura por los alrededores de la casa. Silenciosamente observaba con paciencia el tímido movimiento de las manejillas del reloj sobre la cómoda. Los minutos martilleaban la realidad destruyendo a su paso la pared que arrinconaba a sus recuerdos en su mente.
-Otra vez esta extraña sensación- pensó. Y una vez más, encontró aquello que andaba buscando: el porqué.
Cuando algo te llega realmente a la capa más compacta de tu ser, lo sabes. Lo sabes desde el principio. Suena peliculero y algo ridículo decir que el tiempo se detiene al paso que avanza el primer momento en el cual ves a esa persona, pero es así.
Ella nunca había creído en historias con finales felices, ni tampoco en leyendas que hablaban de encontrar el amor verdadero. Sus amigos la definían como “extrañamente poco afectiva, para ser mujer”.
-Paradojas del machismo-pensaba ella. La verdad, nunca buscó al hombre ideal. Se dedicaba a vivir su vida como una extraña dentro de su propia existencia. El paso de los años le habían separado de su “yo” real hasta límites insospechados. Quizás hasta tal punto que ni ella misma se conocía. Se veía a sí misma como una persona encerrada en la más completa oscuridad emocional. Ni siquiera podría decirse que estuviera encerrada, ya que no era una postura para nada obligatoria, sino una decisión propia.
En cuanto a los hombres, sus escasas experiencias en el mundo de las relaciones duraderas le habían hecho darse cuenta de la facilidad con la que es posible discutir. Sus historias duraban siempre poco, debido al continuo ataque del monstruo de la rutina, o a su (no sé si llamarlo defecto o virtud), escasa demostración de afecto hacia sus parejas. En cualquier caso, los últimos años habían transcurrido sin ningún “puerto firme” a la vista, y sin ánimo de encender la luz del faro para guiar a algún barco, ella pasaba el rato con amores de una noche; cálidos, efímeros, impersonales, fáciles.
Pero aquella noche supo que había ocurrido algo diferente. Cualquiera que haya salido de noche en una ciudad sabe que se arriesga a exponerse al típico y tópico momento en el cual un completo desconocido se acerca con pretextos puramente sexuales. Quién le diría a ella que esta vez, esa fatídica situación iba a ser el trampolín hacia algo realemente bueno.
El roce de una mano sobre su espalda le hizo darse la vuelta y dejar plantado a su indeseado acompañante. Sería bonito decir algo así como “cuando sus ojos entraron en contacto, ambos supieron que estarían unidos para toda la vida”, pero en la vida real las cosas siempre necesitan un pequeño empujón. Cuando se giró, el vaso que él llevaba en las manos se derramó sobre su falda.
-Mierda-dijo él. -Perdona, solo te he visto un poco agobiada por ese tío y he pensado que tenía el deber de venir a “rescatarte”, si esto puede llamarse así. Vaya...que torpe.
Ella no había dicho ni una palabra aún. Ni siquiera se había inmutado. Cerca, el sonido de la música se hizo solo un eco. El ruido de las copas, de las carcajadas, de los gritos...se hizo solo un murmullo. Y ahí, solo en ese momento, apareció. Tan real que casi podía verla...llegó la luz.
La luz que nunca había querido encender. El faro de su esperanza emocional, la razón de su “sinrazón” , el límite de sus propias fantasías. Ella, siempre tan segura de sí misma, siempre convencida de tener todas las respuestas. Ella misma se quedó en blanco, por primera vez.